Esta semana, las gamberradas son de nota, no se cortan un pelo. Les veremos vendiendo camas en Ikea, liándola en la playa con los pobres bañistas e intentando vender su propia autobiografía. Pero la prueba de las pruebas fue es la que tuvo que sufrir el pobre Quinn por perder. Tuvo que oler el aliento de las personas que pasaban por el parque y adivinar qué había comido. El pobre casi vomita, las caras no tienen desperdicio. Te vas a morir de asco o de risa, una de dos.