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Análisis

Child of Eden

Ubisoft rescata la obra maestra de Mizuguchi con una secuela adaptada a las nuevas tecnologías.

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Ubisoft comenzó su conferencia del E3 de 2010 con una espectacular y bella demo de Child of Eden. En dicha presentación, su creador, el señor Mizuguchi, creador de entre otros Ninety Nine Nights, Lumines y Meteos nos mostraba lo que, sin lugar a dudas, era la secuela conceptual de Rez. El “autor” salió al escenario con guantes blancos y comenzó a navegar, mediante el uso de Kinect, dentro de un mundo lleno de colores, luz y sonido. Una experiencia que, una vez más, recordaba al mundo de ciencia ficción de Minority Report, mezclado con la experiencia sinestésica que siempre ha buscado Mizuguchi y, tal vez, con lo que sería la experiencia de vivir en un mundo chillout. Vamos, que lo que se vio en aquel escenario era lo más cercano a estar dentro de un videoclip de Mike Oldfield.

Chile of Eden, sin entrar a explicar su argumento, que lo tiene, es una experiencia sensorial sin casi precedentes. Sin la necesidad de incluir el Trance Vibrator que se llegó a vender para Playstation 2 (creemos que no hace falta explicar su uso en este texto), consigue meterte de lleno en un mundo completamente onírico y casi se podría decir que psicotrópico.

Child of Eden supone una experiencia cercana a la psicotropía

La experiencia de juego de Chile of Eden es como un viaje místico, nos permite sentir la música de una forma casi sólida. También hace que estemos entretenidos, que no todo es alma en los videojuegos. Se reinventa los shooters en primera persona, permitiéndonos que interactuemos de una forma lógica y rápida de comprender. Lo único que tenemos que haces es mover nuestro cuerpo por la pantalla, interactuando con los diferentes objetos que veremos aparecer en pantalla. Muchos de ellos pretenderán atacarnos. Nosotros tendremos que, o dispararles con nuestra mano izquierda, o cambiar su actitud hacia nosotros con la derecha, según sea el caso. También podremos recoger ítems en la pantalla, como la Euforia, que conseguirá que mejoremos nuestra situación sustancialmente.

Lo importante en todo ello, es que la música obtiene modificaciones al realizar todas estas tareas. Si disparamos a nuestros enemigos, cada acción que hagamos supondrá notas o melodías nuevas. Crearemos música mientras juguemos, lo que conseguirá, sin duda, que mejoremos nuestro juego, moviéndonos cada vez con más ritmo. El juego, al principio, resultará algo tosco e incómodo. Es difícil acostumbrarse al uso combinado de las dos manos para realizar acciones complementarias. Pero, como decimos, como buen juego con carácter musical, sólo requerirá de nuestro sentido del ritmo para coger el tranquillo.

Por otro lado, el juego es también un deleite visual, aparte de sonoro. Todo lo que vemos en pantalla es preciosista, colorido, agradable. Como la música, la luz es también algo importante en la jugabilidad. Porque visualmente también habrá música para los ojos.

Por supuesto, el juego no es tan original como fue Rez. No es ese derroche de magia que fue el juego que lanzó SEGA hace ya 10 años. Sin embargo, el uso de las nuevas tecnologías para adaptar una vez más el mismo concepto, funciona a las mil maravillas. Siendo un juego tan alejado de la realidad, consigue meternos completamente, atraparnos durante los minutos que estemos jugando con él. También supone el primer gran paso para introducir nuevos conceptos al universo de Kinect. A partir de Child of Eden, todo es posible.

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