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Análisis

Deus Ex 3: Human Revolution

Analizamos el regreso de Deus EX al mundo de los videojuegos.

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En muchos sentidos, Deus Ex 3: Human Revolution, supone la evolución perfecta de los videojuegos. Nos encontramos con un juego que combina perfectamente la acción de un shooter con los toques roleros que todo buen juego debería tener. Modificamos a nuestro personaje, no nos limitamos a interactuar con otros personajes a tiros. Podemos decidir cómo movernos por el mundo, y podemos dejar nuestra huella personal en la historia.

Técnicamente, también tiene sus medallas: muestra un mundo que funciona perfectamente. Tal vez no tenga los gráficos de Gears of War, pero todos estos detalles, que trasladarían el lanzamiento de Deus Ex 3: Human Revolution a una tres o cuatro años en el pasado, se suplen con diseño, con intenciones y, sobre todo, por tener una historia que contar. Que no es moco de pavo.

El juego que tenemos entre nuestras manos nos lleva a un futuro cercano en el que los poderosos tienen la posibilidad de ponerse implantes biomecánicos que les mejoras físicamente. Una idea que hace que algunos se conviertan en superhombres, mientras que el resto de la humanidad se queda atascada en el pozo de la evolución.

Nosotros interpretamos en esta función el papel de Adam Jensen, un ex SWAT que tendrá que proteger la seguridad de una de las empresas más importantes del mundo que realiza dichos implantes. Lamentáblemente, cuando comenzamos a realizar nuestras funciones, la empresa es atacada por unos terroristas que no dejan títere con cabeza. ¿Qué podremos hacer al respecto? ¿Qué motivos mueven a estos terroristas? ¿Qué buscan?

El mundo se convulsiona, hay revolución en las calles y nosotros, llenos de implantes, tendremos que salir a la calle para movernos en un mundo en el que las grandes corporaciones se han convertido en dueños de todo lo que vemos.

Como siempre, con Warren Spector o sin él, Deus Ex es un completo y complejo homenaje al ciberpunk de Gibson o Philip K. Dick, y como tal cuenta con una historia elaborada, en el que el protagonista, a lo Deckard, comienza a investigar para darse cuenta de una realidad bien distinta a la que llevaba preconcebida al principio del metraje. Con el añadido de que, en esta ocasión, además de contar con un gran guión, tenemos el don de la interacción y de las multiposibilidades del videojuego, algo que nunca tuvieron cine y literatura, y que se adapta perfectamente al espíritu ciberpunk.

Por otro lado, también encontramos un juego que repira, agobiantemente, el espíritu del género en su estética y su instrumentalización. Vemos ciudades aborrotadas, como la ciudad de Blade Runner, y escuchamos una partitura cercana al espíritu de jazz denso y húmedo que compuso Vangelis para dicha película.

Todo con sabor a conocido, pero actualizado para adaptarse a un producto lanzado en el siglo XXI. Vemos a un Adam Jensen ágil, estilizado, con gafas molonas y esas cosas. Es un personaje de 2011 que hubiese funcionado perfectamente en una película de los ochenta.

El tono del juego, las sorpresas que nos da, la forma en la que, con agilidad nos mete en una historia, haciéndonos partícipes de ella, que nos sintamos cómplices de lo que está pasando, aunque seamos tratados como peleles en algunos fragmentos, en los que parece que somos los únicos que no sabemos lo que se esconde tras corporaciones y terroristas, hacen que el juego sea grande y, sobre todo, diferente. Aunque sea una tercera parte, el nivel conseguido hace al juego diferente, nuevo, fresco y, para nada, inferior a sus antecesores.

En unos momentos tristes, en los que todo parece apuntar a un Callofdutismo exagerado, es bonito ver cómo se recuperan sagas como Deus Ex. Es como si alguien tuviese la más mínima esperanza en que la raza humana merece la pena. Y, vaya, que alguien nos regale algo así, dejándonos a entender, que algunos todavía merecemos juegos buenos, es muy estimulante.

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