ANÁLISIS
Majin and the Forsaken Kingdom
Namco Bandai ofrece el juego con más magia e intenciones estéticas de todas las navidades: Majin and the Forsaken Kingdom.
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Hubo una época en la que la fantasía épica podía tener algo de magia. Nos referimos a tiempos en los que Peter Jackson no había realizado su trilogía de El Señor de los Anillos, y películas como El Cristal Oscuro, Dentro del Laberinto, Willow, Taron y el Caldero Mágico o El Dragón del Lago de Fuego tenían sentido. Eran películas con algo de fantasía medieval, pero en general, una historia mágica y entrañable de por medio. Los malos eran malos sin más y los buenos, en ocasiones, hasta iban limpios.
Majin es una enorme criatura que nos ayudará a luchar contra la oscuridad que invade el reino.
Ahora, un orco siempre tiene que babear algo similar a la sangre y el mundo es un 7,8% menos feliz.
Pero volvamos a esos tiempos, más de hadas que de orcos feos y con olor a almizcle. Nazco Bandai ha decidido rendirles tributo a través de un nuevo juego de Yoshiki Okamoto, un artista que cuenta en su currículo haber pasado por series como Resident Evil y Street Fighter, y desarrollado por los creadores de, entre otros, Folcklore, un título original, pero que pasó sin pena ni gloria por los duros comienzos de Playstation 3.
El nuevo Majin and the Forsaken Kingdom comienza de la mejor forma en la que un juego puede comenzar: contando la historia a través de una animación preciosista y con un buen gusto que te caes de espaldas. Así nos enteramos que había una critura mágica que tenía que defender a los humanos y que hace cien años falló en su propósito y que, por ello, ahora el mundo está consumido por las fuerzas del mal y de la oscuridad.
Llegados al final de lo que es leyenda y comenzando lo que está destinado a serlo, nos encontramos con los primeros fallos del juego. Majin es mágico, tiene buenas intenciones, pero no es perfecto. Todo lo que se hace majestuoso y preciosista en los primeros compases, se convierte en tosco y soso en lo que es el resto de la sinfonía. La jugabilidad, pese a las buenas intenciones, llega a ser lenta o torpe en algunos momentos.
También, tenemos que tener en cuenta que nos encontramos con un juego de colaboración. Nosotros controlamos a un pequeño héroe que tiene que ayudar al Majin. La máquina controla al gran Majin, en su lucha contra las fuerzas del mal. Nosotros daremos órdenes, ayudaremos a la bestia, abriremos caminos, nos infiltraremos y resolveremos los puzzles. Pero, en gran parte, el peso de la acción, de lo que vienen a ser las batallas, lo tendrá que llevar el Majin con su fuerza bruta. Eso nos deja un papel algo menos trepidante en algunos momentos y, por supuesto, hace que el juego sea algo más lento, debido a que, debido a su físico, no podemos esperar una gran agilidad de nuestro querido amigo.
Pese a ello, Majin no es un juego para impacientes. Es un canto a tiempos más tranquilos. Y como tal, no es un juego que pida, ni que ofrezca grandes dosis de adrenalina. Es un título que tiene terreno que explorar, historias que contar, desarrollo que mostrar. Se detiene en el detalle, pero mostrando un general bonito de ver, agradable y, sobre todo, bienintencionado.
Realmente, y pese a que esconde detalles a pulir, el sabor de boca es en general bastante positivo. Sobre todo desde la perspectiva artística, incluído doblaje y banda sonora, que por sus contados alardes técnicos.
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