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ANÁLISIS

Splatterhouse

Sangre, vísceras y terror ochentero. Demelénate adentrándote en los bordes de la locura con Splatterhouse, el remake de una de las recreativas más cafres de los ochenta.

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Hubo una época en la que adolescentes y no tan adolescentes llevaban fotos de Jason Vorhees o Freddy Krueger en las carpetas. Unos años en los que actores cómo Bruce Campbell amasaban ejércitos de fans. Tiempos en los que en el terror había sangre y desnudos, y no suciedad y jeringuillas en las tazas de water como en Saw.

Splaterrhouse es un juego para heavys con más de 30 años.

En aquellos tiempos, Halloween, Viernes 13 y Pesadilla en Elm Street eran las películas que mostraban el camino. Y videojuegos como Splatterhouse hacían eco de aquellos tiempos en los que hasta el terror era ingenuo.

Por desgracia, aquellos tiempos pasaron a la historia. Después de ellos, como decimos, llegó el terror sucio, salvaje, visceral y algo asqueroso. Y, por ello, la recuperación de el clásico de recreativas de Namco hace casi hasta más ilusión que el regreso de Freddy a la pantalla grande.

El juego, como todos los frikis ochenteros deberían saber, nos cuenta la historia de Rick un chico que ha perdido a su novia en una mansión llena de bichos a los que deberemos masacrar, ataviados con una máscara que, digamos, nos tiene un poco dominados. Con más fuerza bruta que maña nos tendremos que abrir camino hasta encontrarla a ella. Confundiendo, por el camino, un poquito la realidad con la ficción.

El nuevo juego recuerda, porque quiere recordar, a todas las copias que se vienen realizando de God of War. Por supuesto, manteniendo un poco las distancias, ya que nuestro personaje, basto y gordo como una mole, no realizará nunca los gráciles vuelos de Kratos, cadenas en mano.

En algunos momentos del juego, los más gloriosos y los que más esperarás, nos encontraremos fragmentos en perspectiva 2D, en entornos tridimensonales. Estos son los mejores pasajes que encontraremos, ya que realizan el más sentido homenaje al juego original, adaptando incluso las mismas melodías que se podían escuchar entonces, y recreando fielmente el espíritu de entonces.

Sin embargo, y pese a la gracia que hacen estos momentos, serán demasiado cortos y espaciados, así que tampoco conviene emocionarse demasiado de antemano.

El juego, en definitiva, como homenaje es más que correcto. Al jugarlo notas la justa medida entre diseño y homenaje. Ves que se ha intentado crear un producto decente, a la vez que se elaboraba un canto (en tono heavy) a aquellos alocados años en los que 25 pesetas suponían hasta 20 minutos de diversión (que era, más o menos, lo que podías tardar en acabar el juego en una recreativa). Por supuesto, hoy en día todos esos chorros de sangre sin sentido, o todos esos homenajes, casi épicos, a serial killers no tengan demasiado sentido. Los asesinos de hoy ya no son los que eran, y los jóvenes de estos tiempos ya no reconocen a un buen pisópata, ni aunque este les esté clavando un hacha en el hipotálamo medio.

Por todo ello, Splatterhouse no supone un rubor y una mirada nerviosa hacia los lados, como sí lo supusieron los mediocres remakes de Golden Axe o Altered Beast, dos auténticas joyas de los mismos años, y dos productos mediocres y olvidables del siglo XXI. Pero, pese a ello, pese a que consiga más sonrisas que pudor, no creemos que encuentre un público más allá de los heavys de los ochenta que, con barriga cervecera en ristre, con más de treinta años, casi cuarenta, y viviendo en casa de sus padres, lo jueguen mientas recuerdan aquellos días de gloria y cuero. Que lo disfruten, hombre, que merece la pena.

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