ANÁLISIS
Tron: Evolution
Los programas andan revueltos. Los ISO y los BASIC empiezan a llevarse bien. Y, para mejorar la fiesta, llegan los infestados.
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Flynn, el informático que entraba en el mundo de la rejilla en la película Tron de 1982, interpretado por Jeff Bridges, lleva años obsesionado con su descubrimiento. El mundo le parece muy pequeño. Y está tonteando con la vida política de la rejilla, intentando que los ISO y los programas BASIC lleguen a un acuerdo. Lamentablemente, un grupo de ISO infectados por el virus ABRAXAS conseguirán que la guerra civil comience en el mundo de la Rejilla.
Esto es, más o menos, lo que sucede en entre Tron y Tron Legacy. Y es parte del argumento de Tron: Evolution, el videojuego que Disney Interactive saca ahora, haciendo honores a la nueva película.
Independientemente del sabor de boca que le haya quedado a todo el mundo después de ver la secuela cinematográfica del clásico de la ciencia ficción, nuestra intención es la de hablar del juego. Por un lado tenemos una historia gradilocuente, incluso diríamos que épica, en la que los personajes son programas, ceros y unos. Por otro tenemos la recración de uno de os universos más ricos jamás planteados. Un reino paralelo a nuestra vida diaria, sosa y gris, en el que un formateo de disco duro es algo espectacular y terrorífico. O en el que teclear una línea de código es algo más bello que el nacimiento de un ser humano.
Por último, nos encontramos con la intención de crear un universo más amplio. Nada de un contexto enmarcado únicamente en dos películas y nada más. Lo que Tron Evolution pretende es el hecho de hacernos pensar que las cosas siguen sucediendo. Que un universo como la rejilla se renueva, crece, evoluciona, y que posee más historias de las que jamás imaginaríamos.
Esas son las intenciones. La realidad es que el producto no está a la altura, ni de lo prometido, ni mucho menos, de lo exigido. El juego es visualmente interesante, argumentalmente atractivo. Cuenta con ideas, con detalles, con un poso que debería dar de si lo suficiente como para que nadie quede indiferente o defraudado.
Sin embargo, el resultado final sólo admite una palabra: torpe. Los movimientos, estilo Prince of Persia, no están bien acabados. No son fluidos, como los de Assassin’s Creed, por ejemplo. Se limitan a repetir unos patrones, una y otra vez, llevándote a caer por abismos por no haber realizado exactamente los golpes de stick que ellos desean. También nos encontramos con que las peleas no son lo sofisticadas que deberían ser.
Y, por último, el transcurso del juego es pesado y repetitivo. Sobre todo, y esto es lo que más duele, las competiciones de la rejilla de juego. Curiosamente, lo que bebe directamente de las fuentes de la esencia de los videojuegos, son el elemento menos jugable.
Podemos seguir crticando Tron: Evolution, decir que los gráficos son pobres, que el doblaje no está bien ajustado a labial o que la música está mal integrada. Pero creemos que es suficiente con decir que, tratándose del juego que se trata, no ha sabido comprender lo que es un videojuego. Si esto le pasa a la adaptación en videojuego de el Padrino, lo comprendes. Son mundos diferentes. Pero cuando ves que Tron es menos videjuego que Angry Birds, la cosa da un poco de miedito.
Aún así, ya sea por el sonido, o por la luz, ver una partida de Tron remueve nuestro cerebro pervertido por toda esa ciencia ficción de los ochenta. Y eso, al menos desde el punto de vista más proustiano, es agradable.
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